Escribe Marc Augé que “los recuerdos de infancia se asemejan a recuerdos-imágenes: presencias fantasmagóricas que acechan, unas veces levemente y otras con más insistencia, la cotidianeidad de nuestra existencia”. Estos espectros cohabitan con nosotros en el presente igual que imágenes, difuminándose y entremezclándose como en un continuum. Esto hace que el pasado no se torne inamovible sino que sea expandido y transitable, y que estar en el presente sea convivir con el pasado y con aquello que de este nos configura y nos asedia.

El trabajo de Ivan Trueta refiere esta temporalidad dislocada. Con gran destreza en el dibujo, registra desde hace años y de manera obsesiva, espacios y objetos propiedad de su familia que han dejado diversos huellas. Reproduce y retrata de forma perturbadora el vacío de los clavos en los
muros de su casa, la alcancía de su abuela o el ventilador de su recámara. Pueden ser objetos simbólicos y preciados que trajeron del exilio, ausencias en las paredes, espacios familiares o rastros de un lugar que desapareció… todo en un intento de encajar el tiempo de la memoria en su ahora. Como describe el propio artista, el proyecto ahonda en las potencialidades de desolación, abandono y nostalgia que conlleva la experiencia de habitar. Los objetos cotidianos, como los espacios, se vuelven así connotados y significantes,
depositarios de nuestros afectos, recuerdos o experiencias. De modo que en nuestra identificación con ellos es donde reside nuestro arraigo. Pienso en el escritor catalán Francesc Trabal, exiliado en Chile, que llevaba siempre las llaves de su casa de Barcelona en el bolsillo, por si tenía que volver súbitamente.

Los espacios y los objetos se vuelven lugares. Y la casa de Trueta, antes casa de su abuela, aparece como ese espacio desde donde re-significar. Su interés no proviene de una nostalgia ni de una idealización sino más bien de un pulso
propio, una tensión donde el espacio aparece como eje vertebrador de la memoria. En este arraigo al presente, los dibujos se despliegan como recorridos cartográficos que enlazan temporalmente con otros espacios, en el contexto de su propio ámbito doméstico. El ejercicio del artista es el de un desplazamiento temporal donde se superponen esas capas y se da una nueva significación al tiempo interrumpido. Se pone de manifiesto la acción literal de re-presentar, esto es, volver al presente y reinsertar la imagen en un lugar y su
memoria.

De este modo, el acercamiento del artista no es el de la simple reproducción de los elementos. Sus dibujos presentan diferentes gradaciones de negro, fruto de varias capas de veladura del grafito. Trueta superpone y recubre de material
el dibujo mismo en una clara intención de desvanecer su representación. La imagen inicial queda suavemente anulada por la acumulación de grafito, en un gesto paciente que acaba negando el retrato. Alterna en las obras diferentes
gamas de oscurecimiento: piezas ennegrecidas, otras más blanquecinas; intensidades que le permiten incidir en el borrado del dibujo. Y siguiendo lo mismo, los claroscuros que intencionalmente aplica en las obras le dan pie para una iluminación dramática, que de nuevo le permite disipar el elemento pintado, a la par que crear un ambiente embelesado y de indeterminación. La imagen, recuerdo de esos espacios y objetos, es a veces más perceptible que otras, pero queda siempre difusa y suspendida. Como la memoria.

El resultado de este tratamiento es la tensión entre la aplastante literalidad de la práctica del dibujo y la sensación de detención pictórica que crean las diferentes tonalidades de las obras. Los dibujos mismos frenan su propia pretensión e ilusión de mímesis y nos recuerdan su esencia originaria,
esto es, que son puro carboncillo.

Pero Trueta va más allá en estas exploraciones de la representación e incide en la materialidad misma del proceso de trabajo. En otra serie de obras, el propio grafito se presenta como parte constitutiva de la pieza. El artista coloca una tela preparada en el suelo de su estudio para poder recoger el mismo material que se desprende durante la elaboración de los dibujos. Así, el grafito sobrante que se desprende del trazo queda absorbido en el soporte del suelo y conforma unas impresiones con vida propia. El residuo se convierte en pintura,
y ese resto deviene también re-presentación y testimonio del trabajo constante. Son pinturas que condensan esos períodos de trabajo y muestran la reconversión de los residuos en representación. Cada pieza, pues, tiene una suerte de díptico, es decir, un doble o negativo de la pieza, realizado por el
material restante del dibujo original.

Por otra parte, resaltar la materialidad del grafito le permite a Trueta abordar la temporalidad del acto mismo de dibujar. El tiempo de ese trabajo queda impregnado en las “piezas de suelo”, como develamiento de ese intervalo creativo. El grafito está presente asimismo en una pieza desplegada en
el suelo. Se trata de puro polvo de grafito, que crea la silueta de la planta de la casa del artista. El espectador, al visitar la exposición, pisará el material y dispersará el carboncillo componiendo un nuevo trazo y generando un nuevo un rastro de ese espacio y de su memoria.

A su vez, la muestra incluye una pieza auditiva en la que el artista registra el sonido que se produce en el acto de dibujar. Con ello, el visitante se sumerge en la abstracción del trabajo y se hace cómplice de ese tiempo creativo. En todas estas piezas, en esta plasmación del proceso, el artista inscribe la
permanencia del tiempo físico.

De esta manera, el trabajo de Trueta se presenta como una cronografía en su definición literal, esto es, la descripción gráfica de las múltiples vertientes de un tempo. Y no lo hace como una mera enunciación sino como una transfiguración del tiempo en sí mismo. No aborda una temporalidad lineal
o cronológica sino su re-significación. Las cosas son y no son al mismo tiempo; resultan como una reaparición que se inscribe en una nueva temporalidad y una nueva formalización que comparte el artista. Y en el intersticio de esa ausencia es donde se produce la huella que se inscribe en nosotros. En
su obsesión por aprehenderlo, el tiempo queda suspendido y cuestionado en los dibujos del artista, encerrado en el espacio, desaparecido en los pliegues de una vieja mesa de madera.

Estamos en un tiempo-sin tiempo2 y en la detención que propone el artista se encuentra el dispositivo crítico para entender el tiempo como mecanismo de análisis. El trabajo de Trueta es el de abordar ese tiempo re-significado de una
contemporaneidad que como define Graciela Speranza es “el tiempo topológico de la literatura y el arte de hoy, que se expande, se contrae, se pliega, se riza, se acelera, se detiene y enlaza otros tiempos y otros espacios.”

Virginia Roy

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